jueves, noviembre 27, 2008

Poemas de Juan Gelman

Discurso de Juan Gelman

(Este es el discurso de Juan Gelman, en la ceremonia en que recibió el
Premio de Literatura Cervantes)

Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señor Ministro de Cultura, Señor Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, autoridades estatales, autonómicas, locales y académicas, amigas, amigos, señoras y señores: Deseo, ante todo, expresar mi agradecimiento al jurado del Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, a la alta investidura que lo patrocina y a las instituciones que hacen posible esta honrosísima distinción, la más preciada de la lengua, que hoy se me otorga. Mi gratitud es profunda y desborda lo meramente personal.
En el año 2006 se galardonó con este Premio al gran poeta español Antonio Gamoneda y en el 2007 lo recibe también un poeta, esta vez de Iberoamérica. Se premia a la poesía entonces, 'que es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa' para don Quijote, doncella que, dice Cervantes en 'Viaje del Parnaso', 'puede pintar en la mitad del día la noche, y en la noche más escura el alba bella que las perlas cría... Es de ingenio tan vivo y admirable que a veces toca en puntos que suspenden, por tener no se qué de inescrutable'. A la poesía hoy se premia, como fuera premiada ayer y aun antes en este histórico Paraninfo donde voces muy altas resuenan todavía. Y es algo verdaderamente admirable en estos 'Dürftiger Zeite', estos tiempos mezquinos, estos tiempos de penuria, como los calificaba Hölderin preguntándose 'Wozu Dichter', para qué poetas.
¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de 5 años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza?
Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte. Safo habló del bello huerto en el que 'un agua fresca rumorea entre las ramas de los manzanos, todo el lugar sombreado por las rosas y del ramaje tembloroso el sueño descendía', Mallarmé conoció la desnudez de los sueños dispersos, Santa Teresa recogía las imágenes y los fantasmas de los objetos que mueven apetitos, San Juan bebió el vino de amor que sólo una copa sirve, Cavalcanti vio a la mujer que hacía temblar de claridad el aire, Hildegarda de Bingen lloró las suaves lágrimas de la compunción, y tanta belleza cargada de más vida causa el temblor de todo el ser. ¿No será la palabra poética el sueño de otro sueño?
1 Santa Teresa y San Juan de la Cruz tuvieron para mí un significado muy particular en el exilio al que me condenó la dictadura militar argentina. Su lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí. Y cuánta compañía de imposible me brindaron. Ese es un destino 'que no es sino morir muchas veces', comprobaba Teresa de Avila. Y yo moría muchas veces y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la pérdida de lo amado. La dictadura militar argentina desapareció a 30.000 personas y cabe señalar que la palabra 'desaparecido' es una sola, pero encierra cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto. El Quijote me abría entonces manantiales de consuelo. Lo leí por primera vez en mi adolescencia y con placer extremo después de cruzar, no sin esfuerzo, la barrera de las imposiciones escolares. Me acuciaba una pregunta: ¿cómo habrá sido el hombre, don Miguel? Conocía su vida de pobreza y
sufrimiento, sus cárceles, su cautiverio en Argel, su Lepanto, los intentos fallidos de mejorar su suerte. Pero él, ¿quién era? Releía el autorretrato que trazó en el prólogo de las Novelas Ejemplares: 'Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada', que nada me decía, salvo la mención de sus 'alegres ojos'. Comprendí entonces que él era en su escritura. Me interno en ella y aún hoy creo a veces escuchar sus carcajadas cuando acostaba al Caballero de la Triste Figura en el papel. Sólo quien, desde el dolor, ha escrito con verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante. Cómico es el rostro de la tragedia cuando se mira a sí misma.
Declaro que, en verdad. quise recorrer ante ustedes, con ustedes, los trabajos de Persiles y Sigismunda, o la locura quebradiza del licenciado Vidriera, o compartir la nueva admiración y la nueva maravilla del coloquio de los perros, o el combate verdaderamente ejemplar entre los poetas malos y los buenos que tiene lugar en 'Viaje del Parnaso' y en el que cualquier buen poeta podía caer herido por un pésimo soneto bien arrojado. Pero tal como la lámpara alimentada a querosén que los campesinos de mi país encienden a la noche y alrededor de la cual se sientan a cenar, cuando hay, y luego a leer, cuando hay y cuando hay ganas, y a la que mosquitos y otros seres alados acuden ciegos de luz y la calor los mata, así yo, encandilado por don Alonso Quijano, no puedo sustraerme a su fulgor.
Muchas plumas hondas y brillantes han explorado los rincones del gran libro. Por eso, parafraseando al autor, declaro sin ironía alguna que, con seguridad, este discurso carece de invención, es menguado de estilo, pobre de conceptos, falto de toda erudición y doctrina. Sólo hablo como lector devoto de Cervantes, pero quién puede describir los territorios del asombro. Con mucha suerte y perspicacia, es posible apenas sentarse a la sombra de lo que siempre calla.
2 Cervantes se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la opresión, la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los tiempos de penuria que Hölderlin nombró. Se burla de ese intento de cambio y se burla de esa burla porque sabe que jamás será posible terminar con la utopía, recortar la capacidad de sueño y de deseo de los seres humanos. Cervantes inventó la primera novela moderna, que contiene y es madre de todas las novedades posteriores, de Kafka a Joyce. Y cuando en pleno siglo XX Michel Foucault encuentra en Raymond Roussel las características de la novela moderna, éstas: 'el espacio, el vacío, la muerte, la transgresión, la distancia, el delirio, el doble, la locura, el simulacro, la fractura del sujeto', uno se pregunta ¿qué? ¿No existe todo eso, y más, en la escritura de Cervantes?
Su modernidad no se limita a un singular universo literario. La más humana es un espejo en el que podemos aún mirarnos sin deformaciones en este siglo XXI. Dice Don Quijote: 'Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y la vida de quien la merecía gozar luengos siglos'.
Desde el lugar de presunto caballero andante quejoso de que las armas de fuego hayan sustituido a las espadas, y que una bala lejana torne inútil el combate cuerpo a cuerpo, Don Quijote destaca un hecho que ha modificado por completo la concepción de la muerte en Occidente: es la aparición de la muerte a distancia, cada vez más segura para el que mata, cada vez más terrible para el que muere. Pasaron al olvido las ceremonias públicas y organizadas que presidía el mismo agonizante en su lecho: la despedida de los familiares, los amigos, los vecinos, el dictado del testamento ante los deudos. La muerte hospitalizada llega hoy con un cortejo de silencios y mentiras. Y qué decir de los 200.000 civiles de Hiroshima que el coronel Paul Tobbets aniquiló desde la altura apretando un simple botón. Piloteaba un aparato que bautizó con el nombre de su madre, arrojó la bomba atómica y después durmió tranquilo todas las noches, dijo. Pocos conocen el nombre de las víctimas cuya vida el coronel había segado. La muerte se ha vuelto anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de seres humanos son privados de la muerte propia. Así se da en Irak.
Creo, sin embargo, como el historiador y filósofo Juan Carlos Rodríguez, que el Quijote es una gran novela de amor. Del amor imposible. En el amor se da lo que no se tiene y se recibe lo que no se da y ahí está la presencia del ser amado nunca visto, el amor a un mundo más humano nunca visto y torpemente entrevisto, el amor a una mujer que no es y a una justicia para todos que no es. Son amores diferentes pero se juntan en un haz de fuego. ¿Y acaso no quisimos hacer quijotadas en alguna ocasión, ayudar a los flacos y menesterosos? ¿Luchando contra molinos de aspas de acero, que ya no de madera? ¿Despanzurrando odres de vino en vez de
enfrentar a los dueños del dolor ajeno? ¿'En este valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos -dice Sancho-, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería'?
He celebrado hace dos años, con ocasión de la entrega del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, mi llegada a una España que no acepta las aventuras bélicas y que rompe clausuras sociales que hieren la intimidad de las personas. Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria histórica, único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur.
Para San Agustín, la memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se llama a los recuerdos que a uno se le antojan. Pero hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo, alimentan preguntas incesantes: ¿cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de
homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces.
Enterrar a sus muertos es una ley no escrita, dice Antígona, una ley fija siempre, inmutable, que no es una ley de hoy sino una ley eterna que nadie sabe cuándo comenzó a regir. '¡Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera!', exclama. Así habla de y con los familiares de desaparecidos bajo las dictaduras militares que devastaron nuestros países. Y los hombres no han logrado aún lo que Medea pedía: curar el infortunio con el canto.
Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas.
Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero. La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular.
Pero volviendo a algunos párrafos atrás: hay tanto que decir de Cervantes, de este hombre tan fuera del uso de los otros. De sus neologismos, por ejemplo. Salvo él, nadie vio a una persona caminar asnalmente. O llevar en la cabeza un baciyelmo. O bachillear. Don Quijote aprueba la creación de palabras nuevas, porque 'esto es
enriquecer la lengua, sobre quien tienen poder el vulgo y el uso'. Hace unos años ciertos poetas lanzaron una advertencia en tono casi legislativo: no hay que lastimar al lenguaje, como si éste fuera río coagulado, como si los pueblos no vinieran 'lastimándolo' desde que empezaron a nombrar. Cuando Lope dice 'siempre mañana y nunca mañanamos' agranda el lenguaje y muestra que el castellano vive, porque sólo no cambian las lenguas que están muertas. La lengua expande el lenguaje para hablar mejor consigo misma.
Esas invenciones laten en las entrañas de la lengua y traen balbuceos brisas de la infancia como memoria de la palabra que de afuera vino, tocó al infante en su cuna y le abrió una herida que nunca ha de cerrar. Esas palabras nuevas, ¿no son acaso una victoria contra los límites del lenguaje? ¿Acaso el aire no nos sigue hablando? ¿Y el mar, la lluvia, no tienen muchas voces? ¿Cuántas palabras aún desconocidas guardan en sus silencios? Hay millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía.
Esto exige que el poeta despeje en sí caminos que no recorrió antes, que desbroce las malezas de su subjetividad, que no escuche el estrépito de la palabra impuesta, que explore los mil rostros que la vivencia abre en la imaginación, que encuentre la expresión que les dé rostro en la escritura. El internarse en sí mismo del poeta es un atrevimiento que lo expone a la intemperie. Aunque bien decía Rilke: '[...] lo que finalmente nos resguarda/es nuestra desprotección'. Ese atrevimiento conduce al poeta a un más adentro de sí que lo trasciende como ser. Es un trascender hacia sí mismo que se dirige a la verdad del corazón y a la verdad del mundo. Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa aniquilada por el estalinismo, recordó alguna vez que el poeta no vive para escribir. Escribe para vivir.

DISCURSO DE J.G. al recibir el Premio Cervantes



miércoles, noviembre 26, 2008

CAMILO MARKS

GRANDES CUENTOS CHILENOS DEL SIGLO XX
(ensayo)


Cuando en el año 2002 se publicó Grandes Cuentos Chilenos del Siglo XX, el libro tuvo una sorprendente e inusitada acogida por parte del público, así como una generalizada celebración de la crítica. Chile es conocido por ser un país de grandes poetas y, en buena medida, posee además una tradición de destacados novelistas. Pero el cuento, esa forma tan difícil, donde a veces es casi imposible alcanzar, si no la perfección, al menos una semblanza de plenitud, se solía considerar pobre dentro de la realidad cultural del último rincón del mundo. En términos literarios, estilísticos o en lo relativo a la síntesis, la historia, la razón de ser de un universo propio, cerrado o abierto, el género breve, probablemente uno de los más engañosos por lo arduo y complejo en su escritura, parecía flojo, desganado, poco atractivo en comparación con las joyas semejantes producidas donde se habla y se escribe en español.
Sin embargo, el éxito de esta antología demostró que la percepción anterior era por completo equivocada. Todos los relatos aquí reunidos son de enorme valor, notables, en ocasiones brillantes. Es decir, esa manifestación artística que se miraba en menos y, hasta cierto punto, era objeto de subvaloración, devino tanto o más merecedora de aprecio que el gran friso novelístico o la lírica. No obstante, es preciso hacer una salvedad: entre las veintisiete obras de pequeña a mediana extensión seleccionadas aquí, y con la excepción de cuatro autores que solo han escrito piezas cortas, el resto ha tenido una carrera centrada en ambiciosas novelas, en estudios históricos, en la poesía o la crítica literaria. En esa mayoría de prosistas chilenos, parecería que escribir cuentos ha sido una suerte de descanso o distracción mientras preparaban ficciones de mayor envergadura, quizá un juego diversionista, tal vez un modo de escapar del agobio que supone edificar extensas, diversificadas narraciones. Por lo tanto, Chile no es, por lo habitual, un país de cuentistas, sino de literatos que construyen circunstanciales textos “menores”, que son, muchas veces, títulos excepcionales.
La presente colección también disipó, de una plumada, una serie de arraigados prejuicios en torno a la literatura chilena. El más común de ellos consiste en creer que la narrativa fue, hasta 1950, un reflejo de la vida en el campo, que tradujo una contradicción entre lo urbano y lo rural o, por último, presentó casi siempre costumbres agrarias de personas que pululaban al interior del latifundio, ese perverso ejercicio de la propiedad que dominó a la nación durante siglos. Dentro de la vasta multiplicidad temática que exhibe Grandes Cuentos Chilenos del Siglo XX, hay muy pocas crónicas que se refieren a esos contornos de la convivencia humana. Por el contrario, el cuento nativo es cosmopolita, diverso, impredecible, ciudadano, moderno, fantástico, alejado totalmente de cualquier concepción estrecha o maniquea del realismo y su secuela, el naturalismo.
Resulta en extremo laborioso encontrar rasgos comunes en la intensa heterogeneidad de este volumen. Con todo, pueden esbozarse ciertas obsesiones, algunas tendencias en las historias escogidas: la desintegración familiar, la soledad, sobre todo de la mujer o de los grupos minoritarios, los antagonismos entre padres e hijos, las explosivas y sordas luchas de poder que afectan a grupos dominantes y dominados, el combate por la afirmación de la personalidad, el despertar de la adolescencia –hay una considerable cantidad de tramas en que los protagonistas son niños o jóvenes-, el sinsentido en el destino del hombre contemporáneo, enclaustrado en un medio represivo, gazmoño, sumamente estratificado. Se ha dicho que la sociedad chilena es la más conservadora e hipócrita del continente americano y muchas tramas de esta compilación lo comprueban de manera fehaciente. Es muy paradójica, asimismo, otra característica frecuente en las ficciones de este compendio: la ausencia de un hilo conductor, la virtual imposibilidad de clasificar a los autores en vertientes, escuelas, grupos determinados.
Durante muchos años, la literatura chilena se enseñó de acuerdo al método de las “generaciones”: los mundonovistas, la generación del 30, la del 50, la de la nueva narrativa, etcétera. Por fortuna, esa peculiaridad pedagógica se bate en retirada y si bien es imposible dejar de mencionar a tal o cual período, cada escritor o escritora que figura aquí representa un caso individual, a ratos único, y cada cuento que el lector tendrá ante sí es singular, inclasificable, diferente al que le precede o le sigue. Riqueza argumental, diversidad, amplitud temática son algunos de los aspectos cruciales de Grandes Cuentos Chilenos del Siglo XX.
El período cubierto por el libro comienza en 1904 y finaliza en 1999, o sea, abarca en su integridad al siglo pasado. Sin que el autor de esta crestomatía se lo propusiera, la mayor parte de los relatos de ella fueron publicados después de 1950; aun así, hay una importante muestra de obras escritas mucho antes de esa fecha. La dictadura militar de 1973-1990, que produjo horrendas consecuencias sociales, políticas y económicas, inevitablemente afectó al ámbito artístico y cultural del país. En verdad, se han escrito escasos textos de valor literario que aludan a esa siniestra y terrible época, sin duda la peor desde que Chile se independizó de España en 1810. Es probable que la división permanente e irreconciliable que el sangriento golpe de estado de 1973 generó en la sociedad chilena –que todavía persiste y, con seguridad, continuará perviviendo por varias generaciones más-, haya sido la causa de efectos que demorarán mucho en disiparse de la conciencia nacional y, en concreto, en el terreno de la literatura. Así y todo, en Grandes Cuentos Chilenos del Siglo XX hay una muestra significativa de autores que se dieron a conocer a lo largo de la transición democrática iniciada en 1990. La elección de tales creadores fue la tarea más complicada en el proceso de preparar esta antología. Como sabemos, los escritores clásicos se miden en períodos que van de los cincuenta a los cien años. Empero, se quiso hacer una apuesta por el futuro de estos prosistas de la postdictadura o, cuando menos, de sus relatos seleccionados en este variopinto ejemplar.
Debido a que el autor de este volumen ejerce la crítica literaria y con el fin de evitar falsas apreciaciones, se optó por el orden alfabético de los autores en la ordenación de los cuentos, evitando así toda posibilidad de suponer que existen preferencias o precedencias en la confección de Grandes Cuentos Chilenos del Siglo XX: todos tienen la misma calidad, ninguno sufre detrimento. Si bien el sistema cronológico es la norma preponderante en este tipo de obra, él se habría manifestado en una seria desproporción en cuanto a las épocas, las edades, las distancias que separan a unos narradores de otros. A mayor abundamiento, este proceder es el que hoy en día prevalece en los trabajos de esta índole que se editan en Estados Unidos, Europa y América Latina.
Este tomo está destinado a lo que, de manera un tanto vaga, se llama “público general” y como leeremos cuentos muy bien construidos, amenos, sencillos, asequibles, ese sector de la población los apreciará enseguida. Por cierto, se ha pensado, asimismo, en los estudiantes, los trabajadores, los profesionales, las dueñas de casa, en fin, toda clase de personas que deseen acercarse a la gran literatura chilena, ya que nada hay como descubrir un buen cuento como para querer seguir conociendo a un escritor o escritora.
Al final, hay una enumeración de sucintas biografías de cada uno de los seleccionados, que incluye sus más importantes títulos y la evaluación que la crítica chilena ha efectuado acerca de ellos.
Grandes Cuentos Chilenos del Siglo XX es, desde luego, un libro sin pretensiones académicas (aunque a las universidades o colegios les haya servido), de lectura grata, atractiva, sugerente, que ha probado ser del gusto popular –como lo atestiguan sucesivas ediciones- y que ha provocado admiración, inclusive asombro en quienes lo han leído. En otras palabras, es una ventana, a ratos entrecerrada, por momentos abierta de par en par para asomarse a la literatura del país más austral del mundo.

jueves, noviembre 13, 2008

NORTON CONTRERAS

LAS CUATRO ESTACIONES

Amor
Estrellitas y soles,
ternura suspendida
a los pies
del claro de luna.
Tú…..
Yo…..
Conjugados
en el verbo
génesis
continuidad
costilla perpetuada
en la eternidad
tiempo
espacio.
La serpiente
vistiendo de flores y guirnaldas
el manzano
en la región
mas transparente
del
Edén.

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